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Manifiesto de Miguel Ramírez: “Nunca me gustó y me tuve que acostumbrar al apodo: Cheíto”

Yo jugué muchos años al básquetbol. De chico siempre jugué básquetbol. Y en el básquetbol todo es distancia corta, todo es explosivo, todo es anticipo, todo es lectura de juego, todo es duelo, todo es ganar el uno contra uno. Entonces, la función que me tocó desempeñar en este equipo de Colo Colo 1991 era muy parecido a lo que hacía en básquetbol. Me sentía muy cómodo y más cómodo que muchos.

El año 88 por ahí, pretemporada que hicimos, estaba Arturo Salah, en una fuimos a Rocas de Santo Domingo, y estaba de moda la telenovela Abigaíl. Y parece que (Cheíto) era el hermano de la pareja de Abigaíl que tenía el pelo corto. Y yo en esa época tenía el pelo largo, que era la moda… Choco Panda. Y llegué a esa pretemporada con el pelo corto. Me lo corté, con copete, súper cortito. Y Miguel Vargas, un compañero de la época me dice ‘oye, te pareces a Cheíto’. Y de ahí en adelante no me saqué el apodo. Nunca me gustó y me tuve que acostumbrar: Cheíto.

Yo no era de salir a carretear, no era de tomar o de fumar. Nunca tuve esos vicios. Lo mío fue siempre el deporte, las exigencias, y si me metía a hacer algo, con la educación que me dieron mi padre y mi familia mi pensamiento fue ‘si vas, sé, hazlo apasionadamente, hazlo al cien. Si no, no lo hagas’.

Sentía que le podía pasar por arriba a cualquiera. Me sentía veloz, me sentía potente, sentía que podía saltar y ganar los cabezazos a cualquier rival que tuviera, fuera más alto o más bajo que yo. Tenía una confianza tremenda de que la preparación que había tenido, que había hecho en la pretemporada, me iba a hacer marcar una diferencia tremenda.

“Miguel Vargas, un compañero de la época me dice ‘oye, te pareces a Cheíto’. Y de ahí en adelante no me saqué el apodo”.

El profe Marcelo Oyarzún nos exprimió. Mirko con lo táctico nos entregó distintas formas de ver el fútbol y nos hizo modificar nuestro sistema. Entonces se juntaron muchas situaciones que cambiaron la metodología de trabajo, la forma de jugar, y las formaciones, por supuesto.

Llegó un momento en que nos decíamos, al ir bajando por el túnel cuando nos tocaba un partido, “muchachos, tranquilo, es cuestión de tiempo”, porque sabíamos que en el Monumental, en cualquier momento, el Negrito Salgado hacía un gol, Dabrowski hacía un gol, Barti desequilibraba por una de las dos bandas, o Rubén Espinoza metía un tiro libre.

Salir del barrio, de Lo Prado, para ir a probarme a Colo Colo, el club que le apasionaba a uno de chico, llegar al Monumental y ver las canchas de entrenamiento llena de gente, 350 niños probándose para quedar…  eso fue en marzo del 85. De los 350, pasaron tres meses donde se fueron haciendo más pruebas, iba pasando el colador y yo fui el único que quedó. Y fue un orgullo después estar entrenando en la primera infantil mientras en las canchas del lado entrenaba el primer equipo. Podía ver a los jugadores que veía desde la galería solamente, cuando iba a ver los partidos el fin de semana. Después, cuando llegué a primera infantil, me empiezo a poner objetivos. Mi objetivo era que me subieran a juvenil antes de terminar mi período de primera infantil, y eso lo logré. Y cuando llegué a juvenil, aquí dije me tienen que subir al primer equipo, este es mi objetivo. Y mi carrera fue súper rápida porque llegué el 85 a Colo Colo, a primera infantil, y el 88 debuté en primera división. Tres años pasaron.

“Mi carrera fue súper rápida porque llegué el 85 a Colo Colo, a primera infantil, y el 88 debuté en primera división”.

Esas dos horas de Lo Prado al Monumental, pasando por el centro, eso nunca se me va a olvidar. Porque cuando la micro pasaba por el centro, ese smog que se generaba y se juntaba dentro de la micro varias veces me hizo vomitar. Yo tengo una sensación bien fuerte con los olores. Un olor a mí me transporta al pasado, a algo que pasó  o alguien con quien estuve, o alguna comida que me prepararon. Yo soy súper delicado con el tema del olfato, los olores. Entonces, cuando la micro pasaba por el centro, yo ya sentía el olorcito de smog en los pulmones. No lo pasaba bien en esos 15 o 20 minutos que demoraba la micro desde Los Héroes hasta Plaza Italia.

Si uno quería jugar y quería marcar diferencia y crecer, por supuesto, había que obedecer. Sí, siempre hubo mucho respeto. Y el que te gritaran, te putearan, te levantaran la voz, te insultaran, te sobaran el lomo, te dijeran ‘bien muy bien, es así’, es por el beneficio de uno. Y uno lo entiende así. Hay jugadores que a lo mejor no lo entienden. Por eso es muy difícil tratar a todos los jugadores de la misma manera. A unos los puedes putear, y a otros no. A uno lo puedes putear y lo puedes hacer reaccionar para bien. Pero a un jugador distinto con otra personalidad lo puteas y lo tiras para abajo, y se perdió el jugador y no hay nada que hacer. Por eso es importante conocer al más chico, conocer al jugador, conocer al compañero. Y eso lo hacía muy bien este equipo de Colo Colo cuando los más chicos subimos al primer equipo, porque se preocupaban mucho de que no nos faltara nada, se preocupaban de conversar, de alentarte, de incentivarte, de motivarte.

“Es muy difícil tratar a todos los jugadores de la misma manera. A unos los puedes putear, y a otros no”.

Fue Daniel Morón el que marcó ese clic. Fue en el partido contra los peruanos en el Monumental. Un cabezazo de Balán Gonzalez y una tapada de Daniel abajo, extraordinaria. Esa fue la tapada fundamental para sacarnos los fantasmas del año anterior, que en esa fase habíamos quedado eliminados contra Vasco da Gama. Entonces, pasando esa fase dijimos ‘se abrió esto y ahora nadie nos para’. Pero cuando sentí que estábamos para ganar la Copa Libertadores fue después de ganarle a Boca. Pero sí, fue un paso muy importante contra los peruanos.

A mí me pasó una vez que las piernas me temblaron. Una sola vez: cuando estábamos en el túnel para salir a jugar contra Boca. Porque La Bombonera es súper cerrada, chica, y no es que el estadio sea acostado: las galerías son bien paradas. Cuando todos cantan, cantan lo mismo. Y estábamos en el túnel, subimos la escalera, llegamos a la manga… dije aquí tengo dos opciones: o me cago y hago mi peor partido, o este va a ser el mejor partido de mi vida. Y lo único que quería era que me dieran la pelota para jugar, para soltarme. Y el primer balón siento que fue bueno. Tuve hasta la posibilidad de hacer un gol de cabeza, pasó súper cerca. Pero lo que no se me va a olvidar es cómo temblaba La Bombonera. Fue la única vez que sentí que las piernas me temblaban por el nervio y la presión que había para ese partido, pero sabía que necesitaba tocar la pelota para soltarme. Sí, eran dos opciones: o me cagaba o jugaba. Y jugué.

Rescato mucho lo que nosotros generábamos en la gente. Era increíble la cantidad de gente que nos acompañaba, que iba a despedirnos al aeropuerto, los que nos esperaban en la entrada del estadio o en el recorrido del bus, la cantidad de cartas que nos llegaban solicitando ayuda o felicitaciones. La caja de resonancia que tenía y tiene Colo Colo es tremenda, más estando en estas instancias. Entonces, por eso a uno lo golpea y fuerte, porque uno estuvo del otro lado también. A mí nunca se me olvida de dónde vengo, de donde salí. Eso lo tengo muy claro. Entonces, sé lo que se sufre cuando tu equipo pierde, sé lo que se sufre para poder generar dinero para ir al estadio y apoyar a tu equipo. Cuando se sintió ese silencio sepulcral después de perder contra Vasco da Gama, yo me ponía en la piel de la gente y decía ‘lo que deben estar sintiendo’. Si nosotros estamos destruidos, ‘lo que deben estar sintiendo ellos’. Pero cuando estábamos dando la vuelta olímpica al ganar la Copa Libertadores, veía las caras, los rostros de la gente, la felicidad de todos ellos, y me sentía reflejado en ellos porque yo también estuve del otro lado. Entonces, era una alegría doble para mí. Pero todo eso uno lo va dimensionando con el tiempo. Lo que significó ganar la Copa Libertadores, siento que nosotros lo fuimos valorando en la medida que pasaron los años.