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“A todos nos cambió la vida”: El reconocimiento social que ganaron los campeones de la Copa Libertadores 1991

No hubo mucho tiempo para festejar. Después del 3-0 sobre Olimpia del 5 de junio de 1991, el plantel de Colo Colo concurrió a cenar al restorán Don Carlos, en Las Condes, en una velada que se extendió hasta la madrugada. Y en las horas siguientes, el cuadro de Mirko Jozic debió seguir entrenando pues a los días tuvo que enfrentar a Universidad Católica, por el campeonato nacional. Entremedio, una visita a La Moneda y un homenaje en el Congreso Nacional fueron apenas unos altos en medio de las prácticas lideradas por el croata.

Pero a medida que fueron pasando las semanas, el fervor de aquel Colo Colo campeón de América no se detuvo. De hecho, la Copa Libertadores —la original — fue paseada por distintos lugares en donde se desplazaban los albos.

“Donde íbamos a jugar, iba el bus, jugadores, cuerpo técnico, directivos y la Copa adelante. Y llegábamos a Concepción, a Antofagasta, a la ciudad donde fueraies que no eran cientos de personas, eran miles. Miles de personas esperando el bus para ver a los jugadores, para ver la Copa, sacarse la foto… eran colas y colas. Entonces, lo que se generó después fue muy lindo, realmente muy importante para el hincha y para nosotros”, relata Marcelo Ramírez.

“Yo recuerdo que íbamos para todos lados con la Copa. Era una tremenda locura”, complementa Lizardo Garrido.

Al poco tiempo, unos cuatro meses después, Colo Colo tuvo que devolver el trofeo original. Y a cambio, al club albo se le entregó una réplica oficial de la Copa Libertadores

“He recorrido el país y muchas veces se lleva la réplica oficial. Yo la llevo a regiones. Olvídate. En Temuco, la pusimos en la Municipalidad. Estaba ahí. Llevamos la Copa, se anunció, Y me acuerdo que la gente daba la vuelta a la plaza para sacarse una foto”, complementa el Chano.

Mayor efecto en todo sentido

Después de anotar el tercer gol a Olimpia, Leonel Herrera se convirtió en una cara reconocible. “Donde iba, era todo gratis”, relata.

“Pasó que iba a comprarme un polerón y me cerraban la tienda. Y la gente encargada, los dueños, me decían ‘llévese lo que quiera’. Iba a restoranes, no me cobraban. Llegaban con botellas de champán, salían los cocineros, los comensales… fue muy potente, muy fuerte”, explica.

“Me ayudó mucho de dónde yo venía, con mi papá (Leonel Herrera, exdefensa de Colo Colo). Muchas de esas cosas ya las había pasado con él. Por lo tanto, para mí eran más naturales y eran parte del trabajo que realizaba. Me ayudó a sobrellevar de mejor manera, más aterrizado”, complementa.

Rubén Martínez comenta que “empezaron a pasar los meses y, de repente, a veces con Lizardo o con el ruso (Héctor) Adomaitis íbamos a comer y queríamos pasar más desapercibidos. Pero llegaba el dueño del restorán y decía que ‘nos sentimos halagados de que estén acá, no queremos que paguen nada’. Ellos te hacían sentir el afecto. Y cada vez que empiezan a pasar más los años, uno se da cuenta que ese logro se va engrandeciendo”.

Detalle del escudo de Colo Colo en la Copa Libertadores. Foto: Agencia Uno.

En palabras de Luis Pérez, la Copa Libertadores 1991 implicó a los futbolistas un cambio más profundo: “Sin duda que para nosotros el haber llegado a la final y ganarla provocó un cambio en lo económico, en lo social, en lo deportivo. A todos nos cambió la vida”.

“Todos los de ese plantel tuvimos mejores contratos. Algunos se fueron al extranjero. De ser medianamente conocidos en Colo Colo, después de eso no solamente fuimos valorados en el momento sino que, digamos, en la historia y en la memoria del club, y en la memoria e historia de todo Chile”, adiciona Pérez.

Desde el lado del afecto de los hinchas, Daniel Morón asegura: “Tengo un contacto con casi todo el país permanentemente y la retribución por el cariño es impresionante”, sobre todo “en los pueblos más chiquitos”.

Y Jaime Pizarro recuerda una historia que llegó a las lágrimas: En una oportunidad fui a ver una cancha donde habían unos niñitos jugando. De repente vi a una señora mayor. Entonces se acerca, me mira y me dice ‘¿usted es Jaime Pizarro?’ ‘Sí’, le digo yo, ‘mucho gusto ¿Está acompañando a uno de los niños?’, le dije. ‘Sí, estoy acompañando a mi nieto’. ‘Qué bueno’, le digo, ‘qué bien’. Y de pronto la miro, y se puso a llorar. Entonces, le pregunté ‘¿Qué le pasó?’. Y ella respondió: ‘Lo que pasa es que usted me recuerda cuando yo veía con mi marido los partidos de Colo Colo Y él a usted lo identificaba perfectamente y él me daba algunas condiciones suyas. Y ahora que lo veo me recuerdo de esos momento y mire donde lo vengo a encontrar’, me decía. Uno dice: ¡Qué emocionante!”.