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Colo Colo 1991: La huella triunfal de Mirko Jozic en el Monumental

El 1 de septiembre de 1990, Mirko Jozic llegó a Chile. O, en rigor, retornó. Y por segunda vez. La primera oportunidad en que estuvo en el país fue en 1987 y partió entre aplausos después de conducir el título mundial juvenil a la brillante generación de Yugoslavia, que, entre otros, tenía en sus filas a Davor Suker, Robert Prosinecki, Zvonimir Boban y Sinisa Mihajlovic, por citar algunos nombres que más tarde alcanzarían estatura planetaria. Meses después de ese éxito, el 16 de diciembre, se produjo su primer contacto con Colo Colo. La dirigencia que encabezaba Peter Dragicevic le ofreció hacerse cargo del proyecto Ruta al Éxito, que pretendía detectar talentos para el futuro albo. En la tercera ocasión, el objetivo era distinto y la exigencia, más alta: había sido elegido para reemplazar a Arturo Salah en la dirección técnica del Cacique. Los albos habían conseguido el título en 1989 y se encaminaban al de la temporada en curso, aunque venían de sufrir una nueva decepción a nivel continental. Jozic llegaba a terminar una tarea inconclusa. A traspasar el dominio albo a Sudamérica.

“Sacar a Colo Colo campeón y llevarlo a título de la Copa Libertadores”. A más de 30 años desde que Jozic la pronunciara, en un español tarzanesco, la frase vuelve a cobrar valor. El estratega balcánico la dijo con una naturalidad que hizo que pareciera un recurso para zafar del asedio periodístico, pero terminó siendo profética. O, más que eso, un aviso de que su presencia en Macul dejaría una huella imborrable. Recibió de vuelta una dosis de incredulidad y una que otra sonrisa burlona, solapada. Pero la declaración de intenciones iría más allá. En el hotel que lo acogió en sus primeros días, plasmó la idea táctica que pretendía implementar en el Cacique: el triple rombo que marcaría una revolución táctica clave para lo que vendría. Otra vez, pocos le creyeron.

El día en que cambió todo

Con Jozic, en Pedreros cambiaría todo. Desde el sistema de juego a las formas de relacionarse. Habituados al estilo paternalista de Arturo Salah, a los jugadores albos les chocó que el nuevo entrenador les dirigiera la palabra apenas lo justo. O que, en plena sesión de trabajo, se desapareciera y delegara la supervisión de las tareas en el ayudante Eddio Inostroza y, principalmente, en el preparador físico, Marcelo Oyarzún, hijo del recordado Nelson ‘Consomé’ Oyarzún. El croata no palmoteaba espaldas. Aún después de una victoria contundente, era capaz de reprocharle a algún jugador una jugada mal terminada o un movimiento insatisfactorio dentro del campo. Los más veteranos del equipo, como Raúl Ormeño y Lizardo Garrido, debieron realizar esfuerzos extremos para entenderlo. “Tenemos que ser honestos, porque al principio tuvimos problemas con Mirko de adaptación. Yo tuve problemas serios”, reconoce el Chano. Lo mismo Marcelo Barticcciotto, quien ha reconocido siempre que su cercanía con Salah traspasó con largueza la mera relación entre técnico y entrenador.

Jozic aspiraba a la perfección. Y no estaba dispuesto a realizar concesiones. “Venían de un sistema totalmente diferente. Siempre escuché que Arturo (Salah) era un técnico cercano, que hablaba mucho con los jugadores, de hablar, de palmotear la espalda. Mirko, al menos trabajando, no era así. Sí con su familia y con su hija. Con el buzo, era distinto. Había sufrido mucho, por la guerra incluso. Conocía el rigor. Él daba órdenes y corregía hasta la perfección. No paraba hasta conseguirla. No se permitía un margen de error muy amplio”, resume Marcelo Oyarzún, el preparador físico que lo acompañó incluso hasta después de su paso por Macul.

«Había sufrido mucho, por la guerra incluso. Conocía el rigor. Él daba órdenes y corregía hasta la perfección. No paraba hasta conseguirla. No se permitía un margen de error muy amplio» (Marcelo Oyarzún sobre Mirko Jozic).

Oyarzún es, de hecho, uno de los pocos que puede arrogarse una relación cercana con Jozic en esos tiempos. El preparador físico era, por ejemplo, el encargado de pasarlo a buscar para llevarlo a los entrenamientos. Jozic le devolvía afecto. “Como tenía veintitantos años menos que él, había una relación como de padre a hijo. Yo estaba en el medio, trabajaba con él, pero me hacía pasar a su casa para que almorzáramos. Fue al bautizo de mi hija mayor, que nació en el 90, una semana antes de que me fuera a trabajar con él a Colo Colo”, recuerda.

Entre los jugadores, en cambio, había apenas uno que podía jactarse de un trato similar. Gabriel Mendoza todavía habla del europeo como su padre: “Era especial conmigo. Con los más experimentados no era así. Todos tuvieron que adaptarse a lo que pedía y acatar nomás. Qué le íbamos a decir. Yo era un desconocido total y él me llevó. A Miguel (Ramírez), Javier (Margas) y a (Juan Carlos) Peralta los hizo jugar y si teníamos que poner la cabeza por él, la íbamos a poner. Los más experimentados no aceptaban muchas cosas, pero tuvieron que acatar. Hubo algunos que quisieron sublevarse, pero los resultados mandaron. Él no era de apego. Era jugar, ganar y no encontrar nada bueno. A mí, en Ecuador (después del empate ante el Barcelona), me pasó. Pensaba que había jugado un partidazo y me dijo ‘tú, muchacho loco, tirar un centro atrás, en vez de buscar el segundo palo’. Eso nos hizo lograr lo que logramos”.

El vínculo estuvo a punto de cortarse para siempre por una ocurrencia que el Coca tuvo con su compañero de andanzas en ese plantel: Javier Margas. Jozic los sorprendió en plena operación de ‘los comandos’, un juego que consistía en desordenarles las piezas a los compañeros en plena concentración. “Todo lo que te dije en la tarde, olvídalo”, le dijo Jozic al granerino, en relación a la especial ligazón. Pero el cariño se mantuvo. Cuando Jozic volvió a Chile, para participar en el inicio del proyecto de Blanco y Negro, sacó el lado paternalista. “Nos abrazamos. Y me preguntó cuántas casas tenía”, evocaba Mendoza, también con motivo del citado cumpleaños de Mirko.

“Uno de los primeros partidos que nos dirigió fue contra Wanderers en el Monumental, ganamos 6-0 y nos retó a todos en el camarín porque no habíamos hecho más, porque nos relajamos, pero resulta que ganamos por seis. Pero fue tomando este ritmo, tuvo una conducción extraordinaria en términos de enseñar tal vez otros objetivos. Mirko de repente nos mostraba movimientos, 20 minutos y se acababa el entrenamiento”, recuerda, también, Jaime Pizarro.

Jozic, por cierto, se ha desprendido, con el tiempo de la coraza. Aunque hace cinco años se autoexilió de la vida pública, una de sus últimas apariciones fue para agradecer la devoción que el pueblo albo aún siente por él y su legado. “Mis queridos colocolinos, familia mía: les estoy eternamente agradecido por todo el amor demostrado hacia mí y mi familia durante todos estos años. Gracias por este honorable reconocimiento, que significa mucho para mí y que me hace volver a un lugar donde pasé los días más felices de mi vida como profesional y privada”, escribió con motivo de la celebración del Día del Inmigrante colocolino, el año pasado. “Sigan amando a esta institución, respetándola y gritando por ella en las buenas y en las malas… siempre juntos”, pidió.

Pateó el tablero

Ese Colo Colo, aunque parezca una exageración, tuvo que aprender a jugar de nuevo. Y desde el primer día: debut y victoria por la cuenta mínima sobre Universidad Católica, entonces líder del Campeonato Nacional. En principio, por la dinámica que Jozic exigía para los movimientos era mucho mayor que la que imprimía hasta entonces. Y, en segundo término, porque, de la mano de la nueva estructura, el lenguaje táctico varió. En el Cacique se hablaba de líbero, la función que encarnó brillantemente Garrido, quien antes había sido lateral y después zaguero central en una línea de cuatro hombres. También asomaron los stoppers, tarea para la que fueron elegidos Miguel Ramírez y Javier Margas, surgidos en las divisiones inferiores del club.

También se comenzó a acuñar el concepto de laterales volantes, una tarea que exigía un despliegue mayúsculo, que recayó en Mendoza y en Jaime Pizarro. Rubén Espinoza, lateral derecho en la UC y en sus primeros meses en el Cacique, pasaría a transformarse en volante ofensivo, en otro de los cambios profundos que introdujo el DT. Quedaban más. La ofensiva pasaría a estar compuesta por tres hombres. Alternativas para llenar los puestos sobraban. En enero de 1991, los albos darían el golpe del mercado fichando a Patricio Yáñez, a quien las lesiones le habían impedido alcanzar regularidad en la U. El Pato se sumaba a otros nombres estelares, como Barticciotto, Ricardo Dabrowski y Rubén Martínez. En un rol secundario, aunque terminarían siendo héroes, figuraban Luis Pérez, cedido por la UC, y el juvenil Leonel Herrera.

“Lo que uno le recalca o valora a Mirko es que le fue sacando rendimiento a cada uno de acuerdo a sus características. Y los fue posicionando en lugares distintos. Por ejemplo, Jaime jugaba como volante, con Arturo jugaba como volante de contención o volante mixto, lo utilizó de volante en esa línea de tres como volante externo. En el caso personal me decía a mí que era muy lento para hacer la función de volante por la derecha. Él tuvo la inteligencia y estrategia de colocar a Miguel y a Javier, que eran unos animales, como stoppers. El que jugaba atrás, estaba happy”, grafica Espinoza, protagonista de una de las variaciones más notorias.

Un ejemplo para Bielsa

La imagen de un Colo Colo que, sobre todo en Macul, avasallaba a los equipos más linajudos del continente, como Nacional de Montevideo, Boca Juniors u Olimpia, no tardó en trascender a nivel internacional. Sin ir más lejos, en Argentina hubo alguien que le dedicó especial atención al trabajo del croata: Marcelo Bielsa.

El Loco no se quedó en la admiración. Viajó desde Argentina para presenciar en terreno los trabajos de Jozic y su staff. “Bielsa vino cuando se produjo el intermedio después de haber ganado la Libertadores, en el receso de invierno. Viene a ver este modelo de Colo Colo. Se queda acá 10 días y Mirko solo lo atendió durante los entrenamientos. Fuera de eso, lo atendía yo. Ahí nace un poco la relación entre Mirko y él, que fue a través de Jorge Vergara. Bielsa se contacta con Vergara y Vergara, que era dirigente, lo autoriza para venir a ver el modelo y Marcelo viene a conocerlo. Eso habla de la obsesión de Bielsa”, recuerda Oyarzún.

Al año siguiente, eso sí, el pupilo derrota al maestro. Colo Colo, en una excepción para un campeón vigente de la Libertadores de la época, comparte grupo en la primera ronda con Newell’s Old Boys, el equipo al que dirigía Bielsa. “Al año siguiente, nos ganó con un gol a los ocho segundos, con una jugada que nosotros sabíamos que siempre hacía”, rememora Oyarzún. Con el tiempo, habría otra muestra de esa influencia: en 1998, Jozic dirigiría a Newell’s, el equipo de toda la vida de Bielsa.

«Sigan amando a esta institución, respetándola y gritando por ella en las buenas y en las malas… siempre juntos» (Mirko Jozic).