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Un gran cambio: La revolución táctica que le cambió la cara al Cacique

Mirko Jozic revolucionó al fútbol chileno. Ni bien llegó a Santiago para asumir la banca de Colo Colo, plasmó en un papel la estructura que pretendía darle al equipo albo para alcanzar el objetivo para el que había venido: ganar la Copa Libertadores. La idea, que comenzó a aplicar apenas reemplazó a Arturo Salah, cambiaba radicalmente lo que se practicaba en Chile hasta ese momento. Resumida en tres rombos que se transformaron en un icono, la propuesta fue señalada como el segundo cambio táctico significativo que se introducía en el país desde la WM de Franz Platko, en los 40. El húngaro había conducido a los albos al título de 1941, en calidad de invictos.

El croata llegaba a cambiarlo todo. Y, por ende, a introducir nuevos conceptos. En Chile se comenzaba a hablar de líbero, de stoppers y de laterales volantes, funciones que hasta entonces no aparecían en el ideario colectivo. Jozic las generó con sudor y, quizás, hasta con lágrimas. Tuvo que convencer a jugadores que estaban acostumbrados, con Arturo Salah, a otra concepción del juego. “Si con Arturo el enfoque estaba puesto en la técnica y en el cuidado del balón, Mirko creía que ese aspecto debía estar ya resuelto, tratándose de jugadores profesionales, y que había que orientarse a los movimientos y a la inteligencia del juego”, explica Eddio Inostroza, ayudante técnico del croata en la histórica campaña.

Un dibujo que variaba ligeramente

La reestructuración de la defensa fue clave, pero no menos dolorosa. Jozic confió en el liderazgo de Lizardo Garrido para amparar la transformación de Miguel Ramírez y Javier Margas. La elección no fue casual, pues el Chano generaba simpatía y les transmitía confianza a sus compañeros. Sin embargo, el cambio no fue fácil. A más de 30 años del inicio del proceso que desembocó en la obtención de la Copa Libertadores, en Macul recuerdan que, al comienzo, ambos se resistían a tener que recorrer tantos metros para perseguir a los hombres más peligrosos del equipo rival. Jozic, eso sí, les tenía perfectamente delimitado el lugar al que tenían que llegar sin desequilibrar el resto de la estructura. A Ramírez, normalmente, le correspondía ir contra el jugador más talentoso del rival. A Margas, contra el centrodelantero.

Para el croata, la defensa ideal estaba compuesta por esos tres nombres. Para el duelo frente a Universitario, por la segunda ronda, el bloque estaba totalmente definido. Sin embargo, hubo partidos, como en la vuelta frente a Nacional de Uruguay y en la ida ante Olimpia, en los que Juan Carlos Peralta se sumó al dispositivo defensivo. Su función dependía del dibujo táctico del adversario de turno. Si el rival empezaba con tres delanteros, Peralta tenía que perseguir a un atacante. De lo contrario, su función era fortalecer el trabajo de Eduardo Vilches, inamovible como volante defensivo, la punta del segundo rombo y el factor de equilibrio en una zona vital.

En los partidos como visitante, o frente a rivales que se presumieran más complejos, la propuesta resultaba más cautelosa. “Se tomaban algunas precauciones, en base a un estudio de funcionamiento de fortalezas y debilidades individuales y colectivas de rival. O del arbitraje localista. Se trataba de minimizar riesgos, como que se produjeran balones detenidos cerca de nuestro arco”, dice Yeyo, campeón como jugador con el Cacique en 1979, 1981 y 1983. Para permitir el ingreso de un defensor o un volante más (que podía ser Raúl Ormeño, aunque los problemas físicos terminaron marginándolo), se restaba un atacante.

“Si con Arturo el enfoque estaba puesto en la técnica y en el cuidado del balón, Mirko creía que ese aspecto debía estar ya resuelto, tratándose de jugadores profesionales, y que había que orientarse a los movimientos y a la inteligencia del juego» (Eddio Inostroza)

Libertad y responsabilidad

La faceta ofensiva de los albos era, sin duda, la que más encantaba. Jozic apostó por la dinámica de Gabriel Mendoza y de Jaime Pizarro para posicionarlos como volantes de ida y vuelta. La exigencia fue que ambos debían sumarse al ataque y apoyar a la última línea con igual intensidad. La posición inicial variaba ligeramente dependiendo de la jerarquía del rival o de la condición de local o visitante. A Mendoza, con el tiempo, se le fueron agregando otras obligaciones, como realizar diagonales para sorprender a las defensas rivales, para aprovechar su remate o para que, derechamente, llegara al arco rival.

El volante más adelantado era Rubén Espinoza, una transformación significativa del croata. Jozic consideraba que el ex lateral de Universidad Católica no tenía las condiciones físicas para el trajín que requería por las franjas, pero le reconocía virtudes técnicas, que se traducían en una distribución acertada, y la pegada exquisita, un arma que terminó siendo clave en partidos como frente a Universitario de Lima.

Para el ataque, había variantes, todas de jerarquía. Sin embargo, el planteo ideal para Jozic estaba compuesto por Yáñez, Dabrowski y Barticciotto. El Pato y Barti le garantizaban la velocidad que pretendía por las puntas. El Polaco, menos virtuoso que sus compañeros en el tridente, ofrecía otros elementos: presencia aérea, efectividad frente al arco rival y despliegue en el momento inicial de la recuperación del balón. “Mirko valoraba que retrasara la primera salida del rival. Además, como lo derribaban, generaba opciones de balones detenidos”, detalla Inostroza. El espigado delantero argentino, cuyo partido cumbre fue ante Nacional de Montevideo, en la ida de los cuartos de final, ofrecía otra cualidad: era uno de los que mejor entendía el mensaje del entrenador. Con el tiempo, después de su retiro, el transandino llegaría a ser su ayudante técnico.